Las vivencias en la niñez con
situaciones de tensión como en el divorcio, pueden llevar a la depresión,
determinando el modo en el que los niños/as conciben las causas de los eventos
vitales y aprendiendo estilos de pensamiento autoderrotistas.
La probabilidad de sufrir
depresiones parece incrementarse cuando se experimentan tensiones tempranas
devastadoras y se aprenden estilos de pensamiento autoderrotistas. A nivel
conductual la depresión se presenta cuando en determinadas situaciones, los
reforzadores acostumbrados, se retiran de manera repentina.
Las personas responden ante las
pérdidas por medio de tristeza y disminución del ritmo. Los esfuerzos sin ganas
tienen pocas probabilidades de producir resultados agradables, perpetuando la
melancolía e incrementando las posibilidades de que se haga menos todavía.
Después de frustraciones y
fracasos repetidos, los niños/as pueden llegar a creer que los esfuerzos son inútiles.
Al considerarse impotentes ante la situación, se sentirán inadecuados cuando se
enfrenten a tensiones que se presenten y la depresión sustituirá a la ansiedad.
Se piensa que las vivencias
tempranas con impotencia, alteran los esfuerzos subsecuentes para enfrentar
situaciones y determinan el modo en que concebirán las causas de los eventos
vitales, que se presenten posteriormente.
Cuando se atribuyen las
dificultades que se presentan a motivos internos, estables y globales, existen
más posibilidades de percibirse a sí mismo impotente y desolado, que si se
atribuyen los problemas a causas externas, temporales o específicas de un
determinado momento o situación.
Diversos estudios han podido
constatar que el divorcio causa un dolor intenso en la mayoría de las personas
implicadas y el malestar suele empeorar de manera notable, antes de
desvanecerse en un tiempo prolongado.
El divorcio crea tensión y
pobreza en un solo golpe, justo después los hijos y los padres se sienten
solitarios, deprimidos, enajenados y se consideran incompetentes.
Las madres pueden sentirse
atrapadas por los niños y los padres marginados de la vida familiar.
Puede llevar dos años y medio o
más para que los adultos recuperen la estabilidad después del divorcio, lo que
puede influir notablemente en los sentimientos y comportamiento de los hijos.
En este periodo tanto hijos como
padres pueden atormentarse debido a las causas de la ruptura, lo que lleva en muchos casos a solicitar ayuda
profesional.
Diferentes estudios han mostrado
que, incluso cinco años después del divorcio sólo el 50% de los afectados
pueden funcionar a un nivel mínimo de salud psicológica, lo que respalda la
idea de recibir terapia, en el
transcurso del proceso.
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