Las funciones ejecutivas han demostrado
desarrollarse con mayor rapidez en la etapa de escolarización obligatoria, e
influyen muy directamente, en diversos problemas de aprendizaje, trastornos de
conducta, TDAH, trastornos de déficit de atención o trastornos del espectro
autista entre otros.
Las funciones ejecutivas hacen referencia a procesos tan variados
como; el establecimiento de metas, la formulación de hipótesis, la
planificación, la focalización y el mantenimiento de la atención, la generación
de estrategias, la monitorización de la conducta, la capacidad de resolución de
problemas, la flexibilidad cognitiva, la memoria de trabajo, la inhibición de
respuestas o el control de las emociones.
Estas funciones implican por lo tanto, componentes de
naturaleza cognitiva y emocional y tienen un papel fundamental en la regulación
de la conducta orientada a un objetivo.
Estas características, hacen que las funciones ejecutivas
sean vistas como componentes de carácter supraordinal, apoyados en diversos
estudios neuroanatómicos que así lo demuestran. Estos trabajos indican, la
existencia de una organización jerárquica de la corteza cerebral, donde las
áreas prefrontales jugarían un papel esencial a la hora de integrar y dar
respuesta a la información procedente del exterior.
De este modo, se han propuesto las áreas prefrontales del
cerebro como la base neurológica de las funciones ejecutivas. Esta relación ha
sido confirmada por estudios con poblaciones infantiles con daño cerebral, que
han permitido asociar daños en esta zona con ciertos déficits ejecutivos como:
desatención, dificultad para la solución de problemas, disminución de la
flexibilidad cognitiva, dificultades en el control de los impulsos y las
emociones o dificultades de planificación.
Esta zona se caracteriza por su dinamismo y flexibilidad,
por lo que las funciones desempeñadas por estas áreas, dependen también de
otras regiones del cerebro como; las zonas corticales posteriores y otras
estructuras límbicas y basales.
Las funciones ejecutivas además, parecen desarrollarse de
forma progresiva pero asimétrica a diferentes ritmos, señalando otros estudios
diferentes fases en su desarrollo:
-
El intervalo comprendido entre los 6 y 8 años,
supone un período en el que las capacidades de planificación y organización se
desarrollan más rápidamente. Si bien no alcanzan niveles óptimos hasta edades
más tardías. En este periodo van apareciendo conductas estratégicas más
organizadas y eficientes.
-
Entre los 12 y los 14 años de edad se desarrolla
el control inhibitorio.
-
Mientras que otras funciones como la
flexibilidad cognitiva, la memoria de trabajo o la resolución de problemas
complejos, siguen desarrollándose hasta el periodo comprendido entre los 15 y
los 19 años.
No obstante, son numerosos los estudios que indican que
estos componentes, no maduran completamente hasta llegar a la edad adulta.
Los periodos donde las funciones ejecutivas han demostrado
desarrollarse con mayor rapidez, coinciden con las etapas de escolarización
obligatoria, por lo que evaluar estos aspectos, en relación con la aparición de
ciertas dificultades de aprendizaje o de adaptación en estas etapas, es de
especial interés, así como tenerlo en cuenta a la hora de su intervención.
El funcionamiento de las funciones ejecutivas, juega un
papel fundamental en la conducta de niños y adolescentes, en el aprendizaje y
desarrollo académico o en las relaciones familiares y sociales.
Es necesario
por tanto evaluarlos y tratarlos, como parte fundamental en diversas terapias
con niños y adolescentes, pues los posibles déficits en las funciones
ejecutivas, pueden condicionar el funcionamiento diario en la etapa infantil o
en la adolescencia, en contextos significativos que condicionan su desarrollo.
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